27 junio 2006

Chistes italianos

Durante nuestra reciente visita al país transalpino, nos hemos apercibido del enorme sentido del humor que tienen los italianos. De los muchos chistes que nos contaron sus buenas gentes, hemos seleccionado los siguientes. La verdad es que tienen mucha, mucha gracia.

Llega el Papa de Roma a la Stazione Centrale de Milán y dice:
- "Habiamo prenotato (1) questo biglieto".
El encargado de la stazione lo mira sorprendido y le dice:
- "Pero Santidad, usted no necesita prenotar para viajar en tren".
El Papa al oír eso se vuelve hacia la gente que espera para montar en el tren y les grita:
- "¡¡PRENOTATUS TUUS!!"

En un restaurante italiano, una pareja de chinos observan la carta con atención. El camarero llega a la mesa y pregunta:
- ¿Ya saben lo que van a tomar?
Y el chino contesta:
- "Yo gnochi".
A lo que el camarero responde:
- "Muy bien, entonces ya volveré cuando se haya decidido".

Dos amigos de Lippi pasean por Milán en plena ola de calor. Uno de ellos, Potito, finalmente se queja:
- "Paolo, qué calor tengo, pero ¡qué calor tengo! Tengo mucha calor, Paolo, Paolo, Paolo, ¡qué calor!".
Paolo, ya harto de las quejas de su compañero le dice:
- "Anda, pesado, entra en esta heladería y cómete un cucurucho de helado, que verás cómo te refrescas".
Pasa el tiempo y el amigo no sale de la heladería. Cuando finalmente lo hace, sale caminando de canto y comiéndose un cucurucho vacío. Paolo, sorprendido, le pregunta:
- "Pero Potito, ¿qué haces caminando de canto y comiéndote un cucurucho vacío?"
A lo que Potito responde:
- "¿Pues no me habías dicho que me comiera un cucurucho de lado?"

La marquesa de Lippi viaja por Barcelona en su muselina negra en compañía de su perrita Fufú y su chófer Bautista. De repente la marquesa observa un enredón en el impoluto pelo de su perrita.
- "De verdad, de verdad, Fufú, que como encontremos una peluquería para perros ahí que te meto de cabeza".
Al poco rato la marquesa ordena:
- "Para, para Bautista, que aquí al lado hay una perruquería. Qué suerte hemos tenido, Fufú".

En una charcutería española, la mortadela le pregunta a un nuevo jamón italiano:
-"Y t ú, ¿qué eres?"
- "Yo, Prosciuto".
- "Anda, ¿y cuánto cobras?"

Por último, una adivinanza italiana:
¿Cuál es la raza de perro que más se estila en Italia?
El Chau-chau.

(1) "Prenotare" es la palabra que se utiliza para reservar un billete de tren.

02 junio 2006

SITUACIONES ABSURDAS, TOMA UNO: DE COMO CULTIVE MI PACIENCIA

Creo que ostento el dudoso récord de mirada fija, siendo mi objeto preferido por encima de todos el calendario. Me explico. Al terminar mis estudios de Derecho tuve la inmensa suerte de poder hacer prácticas en un despacho de abogados, cosa de por sí complicada hoy en día. Por supuesto, yo no tenía un sitio para mí, así que me instalé como pude en una de las sillas de recibir del despacho de la abogada. Con el tiempo empecé a confundirme con la propia silla, hasta el punto de que algunos de sus clientes no notaban siquiera mi insignificante presencia.
Pero eso no era malo, lo peor eran las llamadas de teléfono, a razón de 2 ó 3 por hora, de entre un cuarto de hora y media hora de duración cada una de ellas. Aunque por regla general yo no estaba nunca haciendo nada interesante, y en la mayoría de los casos simplemente no hacía nada de nada, esos momentos los recuerdo con especial asombro, porque me sorprende a mí misma la capacidad inusitada que desarrollé para fijar la vista y parecer totalmente absorta por el elemento decorativo más estúpido que hubiera en la habitación.
Un simple clip me servía de excusa para abstraerme de esas situaciones especialmente embarazosas, porque la abogada, como es natural, hablaba con los clientes o con otros abogados y de esas conversaciones a mí siempre se me escapaba justo la mitad, a menudo la parte más interesante. De modo que sólo tenía retazos del asunto en cuestión, y por lo general no me enteraba de nada.
Aunque el clip siempre me daba mucho juego, sobre todo porque terminé siendo una auténtica experta en moldear clips para adoptar formas de corazón, lo que más juego me daba era sin lugar a dudas el calendario.
El calendario era mi pieza maestra, mi bote salvavidas. En cuanto sonaba el dichoso teléfono yo agarraba el calendario de la mesa (un calendario de propaganda de Hacienda, creo recordar, de esos de espiral que se colocan encima de la mesa y en los que tienes un mes a un lado y el siguiente al otro), y con él en la mano me sentía segura, mucho menos ridícula. Por supuesto no lo hacía de un modo inmediato, por favor, que no se notase mi necesidad. Dejaba transcurrir el tiempo oportuno, uno o dos minutos, hasta cogerlo como por descuido, como si no estuviera deseando tenerlo entre mis manos.
Estaba haciendo algo, aunque no fuera algo útil, me dedicaba a planificar distintos eventos importantes, como los fines de semana, los temas que iba a estudiar cada día, o los días que quedaban para las ansiadas vacaciones. Ya no me sentía estúpida: estaba planificando concienzudamente, y no prestaba la más mínima atención a conversaciones ajenas.
Puede que en ese despacho tuviera más momentos muertos que cosas que hacer, pero cultivé una infinita paciencia.