15 mayo 2007

La soledad es muy, pero que muy mala.

Sábado noche, un sábado y una noche cualquiera, nada especial, ningún evento social de importancia, sólo en perspectiva pasar una agradable noche con los amigos.

Un bar ya conocido, que siempre había sido un lugar tranquilo. Mesa para cuatro, risas y un café. Es inmensa nuestra capacidad para charlar horas y horas alrededor de una taza vacía.

De repente, una cabeza asoma por encima de mi hombro izquierdo, rozándome casi la oreja, y dice: "tás soltera?" Así, a bocajarro, sin previo aviso.

Descripción de la cabeza: pelo greñudo y negro, no demasiado limpio, cara de pan, con gafas creo que de pasta, tipo Filemón, grasa, o sudor, o algo brillante en la cara, no muy bien afeitada.

Descripción completa del elemento: tipo gañán, pero urbanita.

¿Qué respuesta esperaba recibir, “sí, estoy soltera y he estado esperándote toda mi vida”?

He de decir en honor a la verdad, que la pregunta, bien que inesperada, no puede decirse que fuera totalmente imprevista, puesto que ya desde que nos acercamos a pedir a la barra el elemento en cuestión nos estuvo observando e incluso haciendo alguna que otra apreciación acerca de nuestra capacidad para llegar a la mesa con los cafés intactos. Lo cual no quita para nuestra sorpresa y consiguiente cara de asombro.

Y es que la soledad es muy, pero que muy mala, y cada uno trata de hacerle frente a su manera.