15 julio 2006

SITUACIONES ABSURDAS, TOMA DOS: INCIDENTE EN EL AEROPUERTO INTERNACIONAL DE LANZAROTE ( Y NACIONAL Y DE TO, PORQUE NO HAY OTRO)

Veintiuno de Julio de 1999. 13:50 horas. Aeropuerto de Arrecife (Lanzarote). Dos jóvenas agotadas tras quince duros días de juerga y playa en un campo de trabajo de Etnografía y Medio Ambiente deben coger el vuelo de las 14 horas hacia la península. Quedan 10 minutos.

Un coche les lleva por las calles de Arrecife a todo gas, hasta la entrada misma del Aeropuerto. Sin dudarlo un instante, porque ni un instante tienen para perder, corren como posesas hacia la puerta de embarque señalada en los letreros luminosos de las paredes, en los que se lee: 14 horas, vuelo de Iberia a Madrid.

La carrera de las dos jóvenas hacia la puerta de embarque quedará grabada en la retina de todos aquellos que tuvieron el dudoso honor de contemplarla. Con las mochilas a cuestas, prácticamente volando, llegan a la puerta de embarque, vacía. Todo el mundo debe estar ya en el interior del avión, y SE VAN SIN NOSOTRAS!!! Ante esta aterradora perspectiva, ni cortas ni perezosas (aunque más tarde comprobaremos que, si bien no lo segundo, lo primero sí que eran un poquito…) saltan el débil obstáculo que les separa de su objetivo, una pequeña cinta amarilla sujetada entre dos palos de metal oscuro, de esas que se utilizan en los aeropuertos para delimitar las colas ante los mostradores de facturación de equipajes, y corren como alma que lleva el diablo por la pasarela metálica, haciendo un ruido ensordecedor con su carrera desbocada hacia el interior del avión.

(Lo cierto es que a día de hoy aún me sorprendo al pensar cómo pude saltar de aquel modo, yo, que en mi vida estudiantil jamás pude saltar la barra fija en cuanto superaba del suelo los 50 centímetros; pero esto es una reflexión muy personal, sigamos con el relato de los hechos).

Al llegar a la puerta misma del avión, una horrorizada azafata les impide la entrada, avisa ipso facto al capitán y éste sale, con cara de muy pocos amigos, y les pide la documentación a las dos estrafalarias pasajeras, que, sudando por el esfuerzo y jadeando, se la dan, todavía convencidas de que deben coger ese avión, como si en ello les fuera la vida.

Y aquí llega la parte absurda, la vergüenza, el ridículo más espantoso de la situación, en fin, la esencia de la vida de estas dos jóvenas: su vuelo era a las 15 horas, y pensaron (gran error, pensar) que al ser en las Islas Afortunadas una hora menos, como todo el mundo sabe, debía salir lógicamente de Lanzarote a las 14. Pero mira por dónde el horario del billete ERA HORARIO LOCAL, es decir, que las 15 horas del billete, eran, efectivamente, las 15 horas lanzaroteñas.

Así que las dos jóvenas son conducidas, no muy amablemente (comprensible, tras el susto) por la azafata, atravesando de nuevo el pasadizo metálico, esta vez sin parecer un ejército de elefantes, hacia la salida, o dicho con más propiedad, hacia la entrada, donde la gente ya había comenzado a hacer una muy ordenada fila india para un muy ordenado embarque, y cuyos rostros eran dignos de ver en aquellos momentos, observando, con sus caras de guiri (la mayoría lo eran), a esas dos jovenzuelas coloradas por el esfuerzo y partidas literalmente de la risa, que se colocaban ruidosamente al final de la cola.

A día de hoy nos preguntamos qué habría sucedido si estos hechos relatados tuvieran lugar mañana mismo, y no dataran de antes de que en los aviones no se pudieran llevar ni siquiera palillos para los oídos. ¿Habríamos terminado en el cuartelillo? En fin, eso nunca lo sabremos, pero a costa de este pequeño incidente nos hemos reído en incontables ocasiones de hastío o aburrimiento.

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