02 junio 2006

SITUACIONES ABSURDAS, TOMA UNO: DE COMO CULTIVE MI PACIENCIA

Creo que ostento el dudoso récord de mirada fija, siendo mi objeto preferido por encima de todos el calendario. Me explico. Al terminar mis estudios de Derecho tuve la inmensa suerte de poder hacer prácticas en un despacho de abogados, cosa de por sí complicada hoy en día. Por supuesto, yo no tenía un sitio para mí, así que me instalé como pude en una de las sillas de recibir del despacho de la abogada. Con el tiempo empecé a confundirme con la propia silla, hasta el punto de que algunos de sus clientes no notaban siquiera mi insignificante presencia.
Pero eso no era malo, lo peor eran las llamadas de teléfono, a razón de 2 ó 3 por hora, de entre un cuarto de hora y media hora de duración cada una de ellas. Aunque por regla general yo no estaba nunca haciendo nada interesante, y en la mayoría de los casos simplemente no hacía nada de nada, esos momentos los recuerdo con especial asombro, porque me sorprende a mí misma la capacidad inusitada que desarrollé para fijar la vista y parecer totalmente absorta por el elemento decorativo más estúpido que hubiera en la habitación.
Un simple clip me servía de excusa para abstraerme de esas situaciones especialmente embarazosas, porque la abogada, como es natural, hablaba con los clientes o con otros abogados y de esas conversaciones a mí siempre se me escapaba justo la mitad, a menudo la parte más interesante. De modo que sólo tenía retazos del asunto en cuestión, y por lo general no me enteraba de nada.
Aunque el clip siempre me daba mucho juego, sobre todo porque terminé siendo una auténtica experta en moldear clips para adoptar formas de corazón, lo que más juego me daba era sin lugar a dudas el calendario.
El calendario era mi pieza maestra, mi bote salvavidas. En cuanto sonaba el dichoso teléfono yo agarraba el calendario de la mesa (un calendario de propaganda de Hacienda, creo recordar, de esos de espiral que se colocan encima de la mesa y en los que tienes un mes a un lado y el siguiente al otro), y con él en la mano me sentía segura, mucho menos ridícula. Por supuesto no lo hacía de un modo inmediato, por favor, que no se notase mi necesidad. Dejaba transcurrir el tiempo oportuno, uno o dos minutos, hasta cogerlo como por descuido, como si no estuviera deseando tenerlo entre mis manos.
Estaba haciendo algo, aunque no fuera algo útil, me dedicaba a planificar distintos eventos importantes, como los fines de semana, los temas que iba a estudiar cada día, o los días que quedaban para las ansiadas vacaciones. Ya no me sentía estúpida: estaba planificando concienzudamente, y no prestaba la más mínima atención a conversaciones ajenas.
Puede que en ese despacho tuviera más momentos muertos que cosas que hacer, pero cultivé una infinita paciencia.

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